Si se apoya el “trabajo sexual”, no sólo se es antifeminista, sino también anti derechos humanos5/5/2019 Por: Adele Asoski Original: https://theqlder.com/2019/02/20/opinion-if-you-support-sex-work-you-are-not-only-anti-feminism-you-are-anti-human-rights/?fbclid=IwAR2FuImuc0B0vw_qxI1AZ0499eGPDx9p7-Rl9MSuOPazRGKpWiVZxgEmj9A Traducción: Analía Pelle Colaboración: Maite Sorolla A menudo considerada “la profesión más antigua del mundo”, la prostitución es un tema fundamental en el discurso feminista del pasado y del presente. Hasta al comienzo del feminismo de la Segunda Ola, la prostitución era legítimamente considerada como una actividad explotadora, deshumanizante y principalmente impulsada por el capitalismo. En oposición a esta mirada, las "feministas" liberales -que componen la mayor parte del feminismo de la Tercera Ola- sostienen que la prostitución es “empoderante” y “liberadora”. Este artículo pretende argumentar por qué esto no es así si se analizan las experiencias de primera mano de las mujeres prostituidas. Si se toman los datos demográficos de las "feministas" que defienden la prostitución, se comprobará que son abrumadoramente mujeres occidentales, privilegiadas y blancas. Es importante tener esto en cuenta, pues la gran mayoría de las mujeres prostituidas no comparten esas características, sino que son más bien mujeres de color, asediadas por la pobreza y sin formación. Si la prostitución es una elección libre, ¿por qué son siempre mujeres con poquísimas alternativas las que la ejercen? (MacKinnon, 2007). La prostitución refuerza todos los ideales que el feminismo originariamente trató de derribar: que las mujeres son objetos de intercambio comercial y para la compra-venta, que los hombres dominan a las mujeres, que el consentimiento puede obtenerse mediante el sexo coercitivo. El dinero actúa como coerción en la prostitución del mismo modo que la fuerza física lo hace en la violación, por lo tanto la validez del consentimiento es altamente problemática y, muy probablemente, ni siquiera sea posible (MacKinnon, 2009). Nadie puede consentir de veras a su propia opresión (Barry, 1995). No se puede considerar a una industria inherentemente feminista o empoderante cuando hasta el 70% de las mujeres prostituidas sufre abuso sexual en la infancia, el 65% fue violada antes de cumplir los15 años de edad, el 82% fue agredida físicamente desde que ingresó en la “profesión” y el 46% fue violada por clientes (Silbert, 1982; Farley, 1998). Es evidente que estas mujeres son las más vulnerables, que están en los márgenes de la sociedad y que no deberían ser sometidas a una victimización aún mayor. Dado que tantas experimentaron opresiones y abusos tan graves, incluso antes de comenzar a ejercer, está claro que estas mujeres no eligen la prostitución por voluntad propia, sino porque sienten que no tienen otra alternativa. No obstante, si alguien se atreve a oponerse a este punto de vista, es a menudo etiquetado como “mojigato”, “antisexo”, o incluso como “SWERF” (feminista radical que excluye a las “trabajadoras sexuales”). El uso de cualquiera de estos términos ad hominem muestra una interpretación errónea de la teoría del feminismo radical. No nos oponemos a las mujeres prostituidas, nos oponemos a la victimización y a la opresión que ellas experimentan y que es inherente al ejercicio de la prostitución. Muchas feministas radicales defienden el modelo nórdico, probablemente la única solución para proteger a las mujeres empobrecidas sin sancionarlas por ejercer la prostitución. La Ley de compra de sexo – tal y como se la conoce en los países donde está en vigor - despenaliza a quien ejerza la prostitución, presta apoyo para facilitar el abandono la industria y decreta que la compra de sexo es un delito penal. Este modelo permite que las mujeres busquen ayuda sin el temor a la persecución a la que se enfrentan con frecuencia en los países que carecen de esas leyes. La prostitución está especialmente extendida en el Sureste Asiático, donde una industria emergente conocida como “turismo sexual” se convirtió en una práctica extendida. Es frecuente que las familias empobrecidas de las zonas rurales de estas regiones vendan a sus hijos a traficantes de personas, que llevan a los niños a las ciudades para que ejerzan la prostitución en la industria del turismo (Samarasinghe, 2008). El 11% del ingreso nacional bruto de Tailandia proviene de la industria del sexo, lo que deja de manifiesto cuán extendido está realmente este fenómeno. Incluso aquí en Australia, el 70% de las mujeres prostituidas es inmigrante, de las cuales el 44% proviene concretamente de Tailandia (Renshaw et al., 2015), lo que demuestra que incluso cuando estas mujeres huyen de sus países, la opresión las acompaña, y sin acceso a ninguna ayuda, no tienen más alternativas para obtener algún ingreso. Para empeorar aún más las cosas, el sexo sin protección es la norma, lo que ocasionó que las enfermedades de transmisión sexual evitables se convirtieran en el segundo factor de riesgo más importante de discapacidad y de muerte en los países en desarrollo (Glasier et al., 2006). Si la prostitución fuera verdaderamente empoderante para las mujeres, entonces no observaríamos la correlación que vemos entre ésta y el consumo de drogas, la agresión, la violación, los intentos de suicidio y la pobreza. Durante la realización de un estudio, el 67% de las mujeres reunió las características para un diagnóstico de TEPT a causa de las experiencias relacionadas con el ejercicio de la prostitución. El 92% sostuvo que deseaba dejar la profesión, pero sentía que no tenía ninguna otra opción (Farley, 1998). El 86% había consumido drogas ilícitas, y la mayoría de un modo tal que agravaba el riesgo de contraer enfermedades relacionadas, especialmente el VIH (Potterat et al., 1998). ¿Cómo es posible que se nieguen estas estadísticas y que se elija defender a una industria cruel y deshumanizante? Basándonos en las experiencias de primera mano de las mujeres prostituidas, no podría quedar más claro, que se trata de una industria que no pertenece a un mundo posterior a la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Los artículos 4 y 5 del mencionado documento condenan específicamente toda forma de esclavitud y de servidumbre, y proclaman que nadie será sometido a un tratamiento inhumano o degradante (Naciones Unidas, 1948). Por lo tanto, la prostitución es inherentemente incompatible con los derechos humanos, ya que las violaciones son fundamentales en ella. Es lógico entonces, que si se apoya el “trabajo sexual”, no sólo se sea antifeminista, sino también anti derechos humanos. Visita nuestro canal de Youtube con interesantes videos traducidos y subtitulados en español: https://www.youtube.com/channel/UCuDKy2DjYr3Egw6iX1h1tcQ/videos
2 Comentarios
clitemnestra
10/5/2019 04:14:56 am
Se puede decir mas alto pero no más claro
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Sheila Donnell
27/2/2025 05:06:23 pm
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