6 de junio de 2017. Autora: reneejg. Texto original: https://reneejg.net/2017/06/06/six-survivors-speak-out-about-new-zealands-punishing-sex-industry/ Traducción: Analía Pelle. En este artículo reproducimos seis testimonios de mujeres que fueron explotadas dentro del comercio sexual de Nueva Zelanda y que al abandonarlo se volvieron críticas de la prostitución misma, con el deseo de abrir un debate sobre la legislación respecto de la prostitución en Nueva Zelanda. La historia de Rae, fragmento de: “Ser prostituta en un burdel de Nueva Zelanda no se parecía en nada a ‘un trabajo como cualquier otro’”, publicado por Feminist Current El proxeneta quería que trabajáramos casi todas las noches, de modo que la constante intromisión de hombres, a menudo rabiosos, nos dejaba magulladas y doloridas. Este tipo en particular tenía un pene grueso, que le gustaba meter y sacar de adentro de mí con la mayor potencia y rapidez posibles. Inicialmente, traté de respirar profundamente y de relajar los músculos, pero el dolor era insoportable. Comencé a sujetarme de sus caderas para que fuera más lento, para alejarlo de mí, pero él se impacientó y luego se enojó, para finalmente ir a quejarse enfurecido, como si fuera la víctima de una gran injusticia. Cuando fui a la entrada, la recepcionista me hizo a un lado para informarme sobre el motivo de su queja. Yo había exagerado su brutalidad. Sabía que si simplemente le decía que me había dolido demasiado lo que había sido una banal experiencia de prostitución, eso no la satisfaría. Entrecerró los ojos cínicamente, pero me dijo que lo dejaría pasar pues se trataba de la única queja que había en mi contra. Una se imagina, pensándolo en retrospectiva, que las demás mujeres habrán aprendido a aliviar esas situaciones por sí mismas. Y que habrán aprendido a lidiar con los moratones, el malestar, el cansancio, la deshumanización y las horas impagadas e ingratas que había que “trabajar” para el beneficio del burdel. Jade, fragmento de: “La falsa tú”, publicado por Prostitution Narratives, editado por Melinda Tankard Reist y Caroline Norma (Spinifex Press, 2016) Hicimos dedo hasta Auckland y cuando estábamos a medio camino conseguimos “trabajo” con un equipo del circuito de carreras V8, donde los hombres estaban más que dispuestos a abusar de nosotras con juguetes sexuales descomunales por unos 200 dólares y unas cervezas. Fue mi primera experiencia vendiendo sexo. Al llegar a Auckland, mi amiga me dio su documento de identidad (porque yo era menor de edad) y me dejó en un burdel mientras ella se iba a otro. La traficante era una mujer mayor con sobrepeso que hablaba conmigo en el bar mientras yo comía un caramelo. Apenas miró mi documento. Parecía contenta con el hecho de que yo parecía de 14 años y le informó a todos que era joven. A mi primer “cliente” del burdel le gustaban las fantasías pedófilas. Tenía cincuenta y pico y quería que le contara cosas de mi infancia porque eso lo excitaba, como mi primer encuentro sexual. Cuanto más joven le dijera que había sido al perder la virginidad, más le gustaba. A partir de ese momento, estuve noche tras noche con adeptos a la pedofilia. La traficante me había convencido de poner mi dinero a resguardo con ella… Cuando se lo pedí, me lo dio en bolsas de metanfetamina. Nunca había probado la metanfetamina, pero me dijo que era sencillo, “igual que fumar marihuana”. No hay un manual de instrucciones cuando se trata de aprender a ser una prostituta. Yo estaba a merced de los clientes-prostituidores que se aprovechaban de mi falta de límites personales. Terminaba con moratones por todo el cuerpo por la brusquedad del sexo, los hombres siempre querían imitar la pornografía hardcore, ejecutando la violencia sexual que consumían. Cuanto más ebrios estaban, más iracundos se volvían hasta tener ataques de furia. En esos momentos mi vagina sangraba por el trauma. No tenía a nadie a quien decírselo ni nadie que me ayudara. Todas nosotras (las chicas) experimentábamos lo mismo… A lo largo de 10 años, calculo que fui violada al menos 30 veces y que sufrí alrededor de 2.500 ataques de violencia graves. Nunca recibí tratamiento médico… Tras 5 años quise abandonar la prostitución. En dos ocasiones, traté de ir a la escuela, primero a los 18 años y después cuando tenía 19. Quería trabajar asistiendo a los jóvenes. Pero no podía estudiar por las drogas y por mi rol de prostituta. Ninguna de las agencias defensoras de las “trabajadoras sexuales” me ofreció posibilidades para que saliera de la “industria del sexo”. Suministraban abogados, chequeos médicos, lubricantes, preservativos y tampones, pero nada para ayudarme a salir. Permanecí en la prostitución 5 años más… Necesité 18 meses de un tratamiento intenso para superar el trauma de ejercer la prostitución, después 2 años y medio mas vivir en un alojamiento especial para poder vencer el miedo y la ansiedad de participar de la vida cotidiana. Sigo realizando terapia regularmente. El efecto psicológico de ejercer la prostitución tuvo un resultado increíblemente debilitante en mi vida. Es difícil mantener relaciones cuando una fue tratada con desprecio noche tras noche. Es difícil valorarte a ti misma cuando te llegaron a vender por un paquete de cigarrillos. No sé porqué ni cómo la prostitución puede ser legal y creo que debe haber más apoyo para que las mujeres dentro de esa “industria” puedan abandonarla y recibir una terapia especializada. Pasé una década en la industria del sexo y me considero una de las inusuales y dichosas sobrevivientes que pudieron salir. Muchas no lo logran. Rosalie, testimonio de rosalieshaven.org.nz Me internaron en un hogar para niños… Fui una niña no deseada y el abandono que sufrí fue tal que a los cuatro años no decía ni una palabra, pero con ayuda de la terapia del habla, pronto aprendí a hablar. Ahora nadie me calla. El hogar de niños estaba dirigido por una organización parroquial de Wellington y para todos los de afuera, parecía estar bien manejado. Y así fue hasta que el director se marchó y llegó otro. El nuevo director era un hombre malvado pero era considerado intachable y una persona de bien por todos fuera del hogar. Abusó sexualmente, físicamente y mentalmente de la mayoría de los niños que tenía a su cargo. Cuando se hacían quejas, todos siempre creían a ese miserable. Enseñó en la Escuela Dominical e informamos de todo a la iglesia, pero de nuevo eligieron creerle a él. Cuando tenía 15, mi padre apareció de la nada. Yo no sabía ni qué aspecto tenía, pero quería salir de ese hogar a cualquier precio, así que me fui con mi padre al condado de King. Él abusó sexualmente de mí en varias ocasiones, así que hui y me convertí en una niña prostituida, la ley me descubrió y me enviaron a una casa de crianza, lo que fue un desastre. Los Servicios de Protección a la Infancia de esa época me dieron a elegir: o iba a mi casa y hacía lo que me decían durante 3 meses o iba a Marycrest… Definitivamente, no iría a mi casa para quedar embarazada de mi padre, así que fui a Marycrest. Fue un refugio para mí. Hasta el día de hoy, 50 años después de haberme ido, me mantengo en contacto con las hermanas católicas que nos cuidaron allí. Creo que eso habla por sí mismo. Sin embargo volví a convertirme en una niña prostituida, era lo único que realmente conocía. Trabé amistad con algunos cristianos encantadores y regresé a la iglesia, pero como había hecho cosas malas y no podía seguir por el buen camino, me echaron de la iglesia y a todos los congregantes les dijeron que no se relacionaran conmigo. Juré que nunca volvería a una iglesia. Me metí en más problemas con la ley. Una noche estaba en un motel en Auckland sin dinero ni comida y la noche siguiente fui a un burdel y decidí poner a prueba a Dios. Estábamos sólo Dios y yo. Le pedí a Dios que si realmente existía, que me sacara de allí y que yo lo seguiría. Su respuesta fue que regresara al pueblo del que había huido y que corrigiera las cosas. Así que eso hice. No fue fácil y sabía que existía la posibilidad de que fuera a prisión. Debía ir a una oficina gubernamental y decirles que los había estafado. Me asustó mucho hacer eso, ellos tenían un detective privado que me seguía los pasos y querían castigarme duramente. Se portaron muy bien y abandonaron el caso en mi contra. Regresé a la iglesia. Sarah, que me escribió a través de este blog Siendo yo una niña prostituida de 16 años, Anna Reed nunca trató de ayudarme, aunque fuera menor de edad y acudiera al NZPC (Colectivo de Prostitutas de Nueva Zelanda) todas las semanas y a veces a diario. Si alguien necesitaba ayuda era yo. Nunca estuve de acuerdo con su insistencia de hacer que la prostitución se descriminalizara. Rechazé firmar su petición (ya a los 19 años de edad podía ver lo que ella claramente no podía o no quería ver) mientras se paseaba por los burdeles para lograr su cometido… Y sí, creo que ella tiene metas propias basadas en su visión del mundo. La prostitución es el resultado de la descomposición disfuncional de la estructura moral de la sociedad y destruirá nuestro país del mismo modo que está destruyendo el mundo. La violación y homicidio que ocurrieron en la calle Manchester desde que se produjo la descriminalización hablan por sí mismos. ¿Valió la pena? ¿La promesa de la reducción de impuestos de lápices labiales y carteras? Sabrinna Valisce, fragmento de: “La prueba contra la prostitución que el New York Times ignoró”, publicado en Truthdig Ejercí la prostitución antes y después de la reforma de la ley. La “Prostitution Reform Bill” fue aprobada y se convirtió en la “Prostitution Reform Act” (PRA) en 2003. Lo bueno de eso fue que desapareció la amenaza de tener un historial penal. Esto era igual bajo el Modelo Nórdico. Me ofrecí como voluntaria para el Colectivo de Prostitutas de Nueva Zelanda (NZPC), de modo que pude comparar la meta de la descriminalización con los resultados. Yo, junto a otras que agitábamos por la descriminalización en Nueva Zelanda, siempre quise que el poder estuviera completamente en manos de la persona prostituida/“trabajadora sexual”. La descriminalización no hizo eso. El poder pasó a manos de los dueños de los burdeles, de las agencias de acompañamiento y de los puteros. Inmediatamente después de que entrara en vigencia la PRA, los proxenetas se convirtieron en legítimos hombres de negocios. Introdujeron el “Todo incluido”. El “Todo incluido” es una tarifa que paga el putero al burdel o a la agencia de acompañamiento a través de la recepcionista. Esto significa que la persona prostituida/“trabajadora sexual” no tiene poder de negociación. También significa que el proxeneta decide cuánto gana la mujer (la mayoría son mujeres). Los proxenetas se quedaron con el poder de decidir cuánto se paga por un “servicio” y cuánto de esa suma es para ellos. También se quedaron con el poder de retener el dinero de la mujer o incluso de negar la existencia de ese dinero. Chelsea Los hombres solían tener presente que el sexo que teníamos no era algo que deseáramos, sino que necesitábamos el dinero. Eso no los hacía querer ayudarnos con dinero para luego irse sin violarnos, pero sí hacía que se sintieran un poco culpables de explotarnos y por eso nos trataban más amablemente. Querían obtener su placer e irse rápidamente para ocasionarnos menos molestias. Cada vez más, con la actual legislación por la descriminalización y con la propaganda a favor del “trabajo sexual” que satura los medios, hay más hombres que se convencen a sí mismos de que tenemos sexo consensuado con ellos y de que si les cobramos no es por el “trabajo” realizado ni como un modo de compensación a la víctima, sino porque podemos y punto. Eso hace que sientan que les estamos robando: “Si somos dos adultos que consienten a tener sexo, ¿por qué los hombres debemos pagar y ellas simplemente cobran el dinero?” Eso los enoja aún más y los vuelve más violentos. Esperan cada vez más y están dispuestos a pagar cada vez menos. Lo siento pero no, no queremos tener sexo con vosotros. Estamos “trabajando” para servirlos y sufrimos las mismas consecuencias físicas y mentales de una violación, como si se tratara de cualquier otro caso de violación. Sólo que para nosotras el trauma se repite una y otra vez hasta que tenemos dinero suficiente para el alquiler, una y otra vez hasta que tenemos dinero suficiente para la comida, una y otra vez hasta que tenemos dinero suficiente para la niñera, una y otra vez hasta que tenemos dinero para pagar nuestros estudios terciarios, una y otra vez hasta que tenemos dinero para pagar la electricidad, una y otra vez hasta que tenemos dinero para pagarle al narcotraficante por las drogas de las que aprendimos a depender para lidiar con la realidad de sufrir abusos sexuales repetidos, sabiendo que debemos volver a sufrirlos la semana siguiente y la siguiente… Y quizás la semana siguiente a ésa, logremos tener un tiempo libre, mientras menstruamos, o mientras nos metemos una esponja para luego sacarla sin llamar la atención y lavarla cada dos horas, mientras les damos un respiro a nuestros doloridos órganos reproductivos, golpeados por hombres, que exigen que nunca dejemos entrever que tenemos funciones humanas como la menstruación y demás… Las sonrisas y los cumplidos son las únicas expresiones permitidas. Si tuviéramos profesiones decentes que nos permitieran cobrar salarios mínimos, libres del acoso sexual, donde recibiéramos una paga equitativa en relación con los hombres, no dejaríamos que nos tocaran. Si viviéramos en una sociedad donde nos trataran como seres humanos completos, con derechos humanos completos, no dejaríamos que nos tocaran. Si no estuviéramos oprimidas por el sexismo, el clasismo y a menudo también por el racismo, ¡no dejaríamos que nos tocaran! Tendríamos sexo (o no) con aquellas personas por las que sintiéramos atracción y con las que nos interesen y sólo con esas personas, por “nuestro” placer y satisfacción, no sólo por el de “ellos”. No conozco a ninguna mujer cuyo impulso sexual la lleve a estar con una sucesión de extraños, ocupándose de los deseos de esos extraños mientras se esfuerza por tener las más básicas precauciones, hasta que quedan doloridas, en carne viva, hinchadas, desgastadas y rotas. Esto no es consentimiento, es coerción. Esto no es “trabajo sexual”, es violación. Esto es explotación económica. Esto es opresión de la mujer. No, no les estamos robando a los hombres cobrándoles por sexo consensuado. No, la descriminalización de puteros y proxenetas no mejoró nuestra seguridad ni nuestra vida. No, no estamos satisfechas con el Colectivo de Prostitutas que meramente reparte preservativos, necesitamos servicios de apoyo reales, nos merecemos más de nuestro país. Visita nuestro canal de Youtube con interesantes videos traducidos y subtitulados en español: https://www.youtube.com/channel/UCuDKy2DjYr3Egw6iX1h1tcQ/videos
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