Por Maddy Coy y Pala Molisa Texto original: https://www.opendemocracy.net/5050/maddy-coy-pala-molisa/what-lies-beneath-prostitution-and-policy-in-new-zealand Traducción del inglés: Atenea Acevedo Las sobrevivientes del sistema de la prostitución están cuestionando la retórica color de rosa que rodea a la política de la prostitución en Nueva Zelanda y la forma en que los daños son maquillados por quienes defienden ese enfoque. La prostitución y la trata enfrentan cada vez más cuestionamientos en foros internacionales de derechos humanos y política pública, donde los debates se polarizan en torno a la cuestión de si el sistema de la prostitución afianza la dominación masculina institucionalizada o su perjuicio se deriva de la delincuencia y el estigma al que está asociado. En abril de 2016, Francia se sumó a otros países al adoptar el enfoque actualmente conocido como modelo nórdico, es decir, la despenalización de la venta de sexo a la par de la instauración de programas de apoyo para salir de la prostitución, junto con la penalización de la compra de sexo. Este enfoque de derechos humanos se contrapone completamente al aval que Amnistía Internacional ha otorgado al llamado enfoque de Nueva Zelanda en el informe interino del Comité Especial del Ministerio Británico del Interior. ¿Qué sabemos y qué creemos saber de las consecuencias de la política sobre prostitución en Nueva Zelanda? En 2003, la Ley de Reforma a la Prostitución en Nueva Zelanda (LRP) despenalizó los negocios de comercio sexual a fin de que funcionaran de manera legal y legítima. Quienes defienden esta postura edulcoran la reforma al afirmar que la despenalización de todos los aspectos de la prostitución minimiza los daños que causa y mejora la seguridad de las mujeres vendidas y compradas con fines sexuales. Una mirada al día a día demuestra que la realidad del enfoque neozelandés es muy distinta. Es principalmente gracias a los testimonios por escrito de las mujeres que han formado parte del sistema de la prostitución en Nueva Zelanda que conocemos la enorme brecha entre la alegre retórica y la cruda realidad. Por ejemplo, Sabrinna Valisce, sobreviviente de trata, se ha pronunciado fuertemente en relación con pruebas rara vez citadas o documentadas en la mayoría de las investigaciones: el poder que se pone en manos de los proxenetas cuando se convierten en ‘legítimos empresarios’; el aumento en el número de mujeres en los burdeles; la mayor demanda, por parte de los hombres, de precios más bajos y más ‘servicios extra’; la normalización de prácticas sexuales no deseadas, como practicar sexo sin condón. El conmovedor relato de Rae Story sobre el tiempo que pasó en burdeles neozelandeses deja claro quién ejerce realmente el poder en el mundo de la prostitución. Sus entrevistas con sobrevivientes de la prostitución evidencian escepticismo e ira en cuanto a la despenalización. Sally (pseudónimo), aún en la industria del sexo, se expresa sin tapujos sobre el tema: “La violencia sexual y el acoso sexual forman parte de la prostitución. No se trata de incidentes aislados. Nuestro papel es ser acosadas, agredidas, violadas. Además de hacer de damas de compañía, psicólogas, criadas o masajistas”. Silencios que gritan Detrás de la adulación al enfoque neozelandés por parte de quienes lo defienden está el acallamiento de las experiencias de mujeres que denuncian daños y cuyas pruebas son maquilladas o distorsionadas. Pensemos, por ejemplo, en la violencia. El informe interino del Comité Especial del Ministerio Británico del Interior (CEMBI) del gobierno de Westminster cita a diversas fuentes que afirman que la despenalización en Nueva Zelanda ha ‘alentado’ a las mujeres a denunciar violencia y que ‘se permitió a las mujeres presentar denuncias sin temer acciones por parte de la policía’. El informe del CEMBI cita una conclusión del informe del Comité para la Ley de Reforma a la Prostitución (CLRP) de 2008: las personas entrevistadas sentían que ‘era más probable que las mujeres’ denunciaran violencia a la policía con la despenalización. Estas afirmaciones incurren en una omisión sutil, pero importante: no es lo mismo apuntar a alentar a las mujeres a denunciar violencia a la policía, percibiendo que sería más probable que lo hicieran y/o se les permitiera hacerlo, que prestar atención a las evidencias de que las mujeres no se animan a denunciar. Las investigaciones citadas en el informe del CLRP, por ejemplo, sugieren que ‘pocas’ mujeres en todos los sectores de la industria del sexo en Nueva Zelanda habían denunciado violencia a la policía. Vayamos más atrás. El informe del CLRP también señala que la mayoría de las mujeres percibía que la despenalización ‘poco podía hacer en cuanto a la violencia que ya tenía lugar’. Un documento parlamentario de 2012 incluye la violencia en el rubro ‘condiciones laborales’ y reconoce, apenas por encima, que la violencia y la explotación, incluidas la violencia y la explotación infantil, continúan. La conclusión derivada de dichos informes es que la violencia es inevitable y que la máxima esperanza de la ley es hacer posible que las sobrevivientes busquen apoyo después de haber sido víctimas. Se maquilla la explotación de mujeres indígenas y del Pacífico a pesar del papel que la prostitución desempeña en el arraigo de la colonización y lo documentado por organizaciones de mujeres en cuestiones de coerción y trata de mujeres jóvenes de la isla. ¿Por qué nos conformamos con esta situación? Se sabe que al menos cuatro mujeres implicadas en prostitución fueron asesinadas en Nueva Zelanda a manos de compradores de sexo desde 2003: Suzie Sutherland y Anna Louise Wilson en 2005; Ngatai Lynette Manning en 2008; Nuttidar Vaikaew en 2009. ¿Acaso nuestra máxima aspiración en cuanto a la despenalización es ayudar a la policía a resolver los asesinatos (según cita del informe del CEMBI)? ¿En qué quedó nuestra meta de poner fin a la violencia de los hombres hacia las mujeres, incluida la violencia letal? ¿Dónde está el reconocimiento de que los cimientos del sistema de la prostitución son la misoginia y el racismo y la colonización? ¿Dónde quedó el derecho de las mujeres a vivir sin ser violadas? En 2012, Maddy y Janine Benedet siguieron los pasos de Sheila Jeffreys al llevar el concepto de Liz Kelly relativo a la continuación de la violencia contra las mujeres (VCM) al sistema de la prostitución. Se argumentó que la prostitución es una forma de VCM, puesto que ‘comparte rasgos’ de asimetría de género; privilegio masculino; invasión de los cuerpos de las mujeres. La prostitución forma parte de una ‘serie ininterrumpida de elementos o actos’ de violencia y violación en las vidas de las mujeres. Estas formas de entender la prostitución y la violencia modifican nuestra manera de exigir y medir la disminución de la violencia. Si la prostitución constituye una práctica socialmente institucionalizada de VCM, podremos ser mucho más ambiciosas en cuanto a ponerle fin. Como se reconoce en la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, se trata de una violencia histórica y socialmente construida. Es decir, no es natural ni inevitable. Esto significa que minimizar el daño no es lo mejor que podemos hacer ni el máximo al que podemos aspirar. Si la violación, parte central del sistema de la prostitución, es una construcción social, entonces su desconstrucción social es posible. El encubrimiento del privilegio masculino Vayamos más allá. El análisis de Pantea Farvid y Lauren Glass sobre la cobertura periodística de la prostitución en Nueva Zelanda de 2000 a 2013 muestra que las mujeres que venden sexo en la calle siguen siendo ‘condenadas’ y que los hombres que compran sexo ‘brillan por su ausencia’ en los informes mediáticos. La despenalización no ha acabado con el estigma de género asociado al sistema de la prostitución. Así lo reconocen tanto el informe de la LRP como diversas investigaciones. No nos sorprende a quienes comprendemos que el estigma no se deriva de la ilegalidad de la venta de sexo. En el sistema de la prostitución, las mujeres son, literalmente, el Otro: se les despoja de su humanidad y de la propiedad de su cuerpo para ponerlo al servicio de la gratificación sexual de los hombres. Representar a las mujeres como delincuentes agrava un estigma cuyas raíces son mucho más profundas. De ahí que no sorprenda una de las conclusiones clave de Pantea Farvid y Lauren Glass: la cobertura periodística en Nueva Zelanda individualiza las problemáticas en cuestión de manera tal, que el contexto de desigualdad persistente y constante entre mujeres y hombres se vuelve invisible. Esto, como lo ha comentado Pala, también se observa en las investigaciones sobre la prostitución en ese país, que ‘no ven el sexo como una manera en que los hombres pueden demostrar y ejercer el poder sobre las mujeres. Se trata de investigaciones que presentan un panorama maquillado de la industria del sexo, un cuadro que no deja ver el papel del poder masculino institucionalizado en esa industria’. La necesidad de elegir una postura, elegir otra vez Los debates internacionales sobre la prostitución se reducen a si podemos o no reunir el valor de confrontar honestamente las realidades de la violencia sistémica y el poder estructural. El lobby a favor de la despenalización integral ve la prostitución como “trabajo”; sin embargo, esta mirada solo se sostiene cuando se desdeña y omite rutinariamente la forma en que la prostitución se basa en sistemas de opresión y los refuerza. Esto solo es posible si, en el fondo, no creemos que las mujeres sean auténticos seres humanos. Si, en el fondo, no creemos que sea posible superar la cosificación sexual. O no creemos que sea posible acabar con el privilegio masculino. Si, en el fondo, no creemos que los hombres puedan cambiar. Quienes abogan por el modelo neozelandés eligen limitar nuestra visión a la minimización de daños, sin cambiar las causas de raíz detrás de esos daños. Por eso necesitamos volver a analizar esa postura. Y, por nuestra parte, asumir la nuestra, una postura muy distinta. Visita nuestro canal de Youtube con interesantes videos traducidos y subtitulados en español: https://www.youtube.com/channel/UCuDKy2DjYr3Egw6iX1h1tcQ/videos
15 Comentarios
MariaL
5/1/2017 02:47:29 pm
La mayor parte de los artículos sobre prostitución publicados en opendemocracy.net son regulacionistas. Su director (George Soros) hace campaña a favor de las "trabajadoras sexuales" http://www.thejournal.ie/george-soros-sex-workers-ireland-2516105-Dec2015/
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MariaL
5/1/2017 03:01:26 pm
En relación al comentario que dejé recién, este sería un buen artículo para traducir, yo puedo hacerlo, si os parece bien https://thinkoutsidetheboxer.wordpress.com/2014/10/06/ngos-the-best-pr-and-spin-doctors-that-sex-industry-money-can-buy/
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Carlos
5/1/2017 11:39:44 pm
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Conchetumare
15/12/2020 08:30:33 am
Hay que defender los derechos de todo trabajador y trabajadora, las trabajadoras sexuales merecen el respeto como cualquier otro trabajo. Paises como Alemania y Nueva Zelanda estan en el camino correcto.
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Ann
11/12/2023 02:22:29 am
Te recomiendo encarecidamente la lectura de este artículo: https://diariofemenino.com.ar/df/consecuencias-practicas-de-legalizar-la-prostitucion/, para que veas que ni Alemania ni Nueva Zelanda están en el camino correcto, sino todo lo contrario.
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1/8/2022 12:50:56 pm
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2/8/2022 10:05:44 am
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