Viernes 8 de junio de 2018 Autora: Rhiannon Lucy Cosslett Artículo original: https://www.theguardian.com/commentisfree/2018/jun/08/peter-stringfellow-sleaze-strip-clubs-porn-women?CMP=fb_gu Traductora: Noemí Orellano Colaboración: Maite Sorolla Los locales de striptease de Stringfellow crearon una sociedad pornificada en la que se trata a las mujeres como si fueran carne. Yo no lamentaré su muerte. Peter Stringfellow explotó y se lucró de los cuerpos cosificados de mujeres como si fueran cortes de carne colgando en una carnicería y a pesar de que sea inapropiado alegrarse de su muerte, tampoco voy a lamentarla. Era un proxeneta. La escritora feminista Julie Bindel recuerda habérselo dicho a la cara durante un debate en la radio y que se volvió “loco” y le “exigió que se disculpase”. Su mojigatería me deja pasmada: este sinvergüenza desagradable pudo degradar y humillar a mujeres con tanta soltura durante tantísimos años y luego enojarse porque se lo señalaran. Pero esa es la cuestión: “denunciar”, como se denomina hoy día, se considera grosero. Para algunas personas, que les señalen sus prejuicios o prácticas explotadoras es visto como un gesto de mala educación. No tengo duda de que me expondré a todo un universo de acoso cibernético por haber escrito este artículo. Si no recibo por lo menos una amenaza de violación, será un milagro. Existe cierto tipo de hombre que detesta a las feministas que rechazan aceptar en silencio y pasividad una cultura en que a las jóvenes se les paga por desvestirse para el disfrute de los varones. Cuando Suzanne Moore llamó proxeneta a Hugh Hefner, él la amenazo con demandarla. Y aun así las susceptibles somos nosotras… Al igual que Hefner y Paul Raymond, Stringfellow normalizó la sordidez. Tomó una sociedad reprimida sexualmente y comenzó a pornificarla. Crecí durante la década “posfeminista” de 1990, la cima del machismo juvenil, cuando la industria corporativa del sexo era un sector de consumo capitalista tan común que si la desafiabas, te rechazaba de inmediato por ser una peluda quema-sostenes sin sentido del humor. Se esperaba que las mujeres rieran cuando los varones se jactaban de haber terminado borrachos en Stringfellows o Spearmint Rhino. Allí, la suciedad venía empaquetada en un entorno despiadado y brillante; la sordidez estaba envuelta en brillos. Pero visiten el tipo de antro en el que bastaba con poner una libra en un vaso de cerveza para ver la industria como realmente era. Peter Stringfellow fuera de su club londinense en 1980. Fotografía: Johnson/ANL/REX/Shutterstock
Todo aquello preparó el terreno para el dominio de la pornografía, para el comportamiento que muchísimas mujeres describen como parte del #MeToo y declaraciones como “agarrarlas de la concha”. La cosificación constante de los locales de striptease se trasladó a las revistas juveniles, en una versión más contemporánea del viejo que finge manosear los pechos de las adolescentes en el bus. Se hizo conocida entre los muchachos de la universidad que equiparaban un manoseo a un saludo. Se ridiculizó la idea de realizar talleres sobre consentimiento, pero los límites se habían desdibujado tanto que se volvieron necesarios. El feminismo ya tenía décadas, pero todavía se nos seguía tratando como a carne. Incluso en esta época, la del #MeToo, aún se escucha poco de lo desagradable que es para las jóvenes que pervertidos mayores babeen sobre ellas, lo cual nos sucede desde la pubertad en adelante. Y tal como escribió Moore el año pasado, parte de la mitología sobre la Playboy de Hefner era “la idea de que las mujeres hacen este tipo de cosas por su propia voluntad”. Pero sabemos bien que para la mayoría de las mujeres en la industria del sexo no es tanto una elección como una forma de subsistir. Una stripper con la que hablé una vez me contó que durante todo el tiempo que bailaba para satisfacer a varones, repetía el mantra “que te jodan, que te jodan, que te jodan” mentalmente. Era su forma de soportarlo. Y aun así, nos siguen hablando de lo inocente que era todo, de lo liberador que era para las mujeres. Como sucedió con la muerte de Hefner, los reconocimientos y los pésames llegan de parte de los varones, las anécdotas entre camaradas sobre su “sentido del humor”. Oímos los elogios en el programa Today y de parte de periodistas otrora jóvenes machistas que no se dan cuenta de cómo suenan. Así que, para despejar toda duda, antes de que me desconecte de las redes sociales durante una semana: los observo, los observamos. Ustedes también son desagradables. ¿Recuerdan el mantra de esa stripper? Ella no es la única que lo usa. Rhiannon Lucy Cosslett colabora regularmente con The Guardian. Visita nuestro canal de Youtube con interesantes videos traducidos y subtitulados en español: https://www.youtube.com/channel/UCuDKy2DjYr3Egw6iX1h1tcQ/videos
1 Comentario
15/7/2022 11:14:22 pm
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