Texto original: http://linkis.com/feministcurrent.com/yqolv
Traducción: Vanessa Gutierrez En ciertos círculos sociales, se ha puesto de moda decir “trabajadoras sexuales”. ¿Cómo ha llegado la prostitución –una industria anticuada y esclavista- a convertirse en algo tan moderno? Un vídeo de BBC Three que está rulando por las redes sociales representa a un número de mujeres que se definen como trabajadoras sexuales que, o bien trabajan independientemente, o que se benefician de emplear a otras, explicando que la prostitución es un trabajo como cualquier otro. La prostitución no es ninguna violación de los derechos de las mujeres, es un derecho de las mujeres, te dicen. No es dañino socialmente, porque se trata de una simple transacción comercial entre dos adultos que lo consienten. Si se despenalizara la prostitución, todo lo negativo que asociamos con ella desaparecería pronto. Las prostitutas disfrutan del sexo con los puteros, y oye, ¿cómo no te va a gustar que te paguen por darte placer? Podemos incluso pensar en las prostitutas como algo parecido a trabajadoras sociales, y en los puteros como tipos inofensivos que lo único que buscan es un servicio social. ¡Sin duda, los servicios sexuales a hombres contribuirían a “la paz mundial”! Este vídeo busca asegurarnos que la prostitución no tiene nada que ver con el patriarcado, con la explotación, la trata o el proxenetismo. Es simplemente un trato comercial personal llevado a cabo por mujeres pícaras y abiertas (y algunos hombres), que son lo suficientemente valientes como para que no les importe una mierda una moralidad que consideran obsoleta. Las prostitutas son empresarias fuertes e independientes que, sencillamente, han elegido una carrera más viable, en lugar de trabajar en un supermercado por menos de lo que ganan en la prostitución. Este discurso sostiene que el comercio sexual mejora la causa feminista. Va de la mano con la idea de que la pornografía te libera sexualmente. Esta idea fue concebida por primera vez en los 60, por magnates que aspiraban a entrar en la industria del sexo. Estos hombres robaron, muy inteligentemente, la idea revolucionaria de las feministas de que las mujeres, y no los hombres, deberían controlar su propio cuerpo, y la vendieron como propia. Desde entonces hasta ahora, el concepto de liberación de la mujer ha sido repetida por la industria del sexo para defender sus propios intereses, por los hombres que defienden la compra de sexo y por los lobistas que han invertido en la legalización de la compra de mujeres. Los críticos de este discurso señalan algunos asuntos que no están a la vista: las industrias capitalistas que llevan a la prostitución; los puteros que presionan por el “derecho” a pagar por el consentimiento sexual: las prostitutas que se sublevan y son físicamente dañadas; el abuso y la violencia perpetrada por los puteros (a menudo representando escenas del porno); las voces de mujeres que fueron prostituidas que están en contra de la industria; y la inextricable relación entre la prostitución y la trata. Alguna gente tolerante, sofisticada y moderna –incluso esos que enarbolan la bandera de los derechos humanos- se enfadan cuando les pones delante alguna evidencia de que la prostitución no es inofensiva. Los defensores de la prostitución a menudo atacan ad hominem. En los medios, a menudo describen a los críticos con la prostitución como “feministas sin depilar” (al parecer, las feministas solo molan cuando están a favor del trabajo sexual), “putofóbicas”, “no les gusta el sexo”, “odiahombres”, “feministas fundamentalistas”. El mundo académico no se libra de difundir este discurso tóxico. Asistí a una conferencia en la Universidad en Middlesex en 2014 llamada; “¿Putas feministas” Explorando el debate feminista sobre la violencia, el trabajo sexual y la pornografía”. El objetivo de la conferencia era “presentar formas alternativas de mirar a las mujeres que tienen algo que ver con el trabajo sexual y la pornografía, especialmente en el contexto del feminismo contemporáneo”. Sin embargo, descubrí, muy a mi pesar, que solo determinadas voces feministas eran escuchadas. Por encima de los conferenciantes se proyectaba en grande una icónica imagen de una revista porno de los 70 . Fue justamente en los 70 cuando la lucha feminista contra la creciente industria sexual estaba en pleno auge, y esa misma imagen entonces fue definida como misógina. En contraste, 40 años después nos invitaban a ver esta representación pornográfica del cuerpo de la mujer como inofensiva, e incluso irónica. Más que la pornografía en sí misma, los organizadores dijeron que era el propio análisis feminista el que impedía la igualdad sexual de la mujer. El nuevo feminismo permite que seamos obscenas con los tíos, que nos pongamos cachondas observando a las “putas” e incluso podemos llamarnos putas alegremente a nosotras mismas. Pero “puta” no es un término como “gay” que los homosexuales se han dado a sí mismos para definir su propia identidad. “Puta” es el nombre que los hombres han dado a las mujeres, y representa la vieja moral del patriarcado. La idea de que las “putas” existen realmente, sirve para dividir a las mujeres en dos grupos: aquellas a las que los hombres pueden utilizar sexualmente con legitimidad y sin tener cargo de conciencia, y aquellas a las que no. Sin embargo, no existe tal cosa como una “puta”. Eso es solo un deseo masculino transformado en una característica femenina. Lo que divide a las mujeres es la economía, y las circunstancias personales y sociales, es la falta de reconocimiento de las condiciones políticas de la prostitución lo que estigmatiza y cosifica a las mujeres. El comercio sexual al completo se basa en esta fantasía, la de que las mujeres pueden ser putas. El “culto a la puta” contemporáneo no ha hecho nada por liberar a las mujeres y a las niñas. Internet está repleta de mujeres y niñas avergonzadas de cruzar los límites que las han incitado a cruzar. A pesar de que es el hombre quien lidera la demanda de prostitución y pornografía, nadie lo etiqueta a él. El equivalente cultural a “el culto a la puta” es “los derechos de las trabajadoras sexuales”. Por medio de esta expresión, la prostitución se convierte en un fetiche transgresor. Pero es justo lo contrario: la prostitución se erige en la división más patriarcal entre las mujeres a las que destruye. Es la desaparición de todo límite lo que tiene potencial revolucionario. El vídeo de BBC Three asegura que la despenalización de la prostitución mantendrá a las mujeres prostituidas a salvo de abusos y violencia, como si fuera la ley y no los hombres quienes las dañan. Pero la legalización de la prostitución en Alemania es la prueba de esta desinformación. La despenalización no trata sobre los derechos de las mujeres, sino, como dice Sarah Ditum, sobre los “derechos del pene”. Sin embargo, aún queda esperanza: hay un movimiento creciente de resistencia a este discurso en toda Europa. Los principales medios están empezando a documentar el escándalo de los burdeles alemanes. En febrero de 2017, Irlanda siguió a Francia, Canadá y los países nórdicos en aprobar una ley que despenaliza a las mujeres pero penaliza a los hombres que compran sexo. Estos países han optado por este modelo porque el “trabajo sexual” no es un trabajo como cualquier otro. El término “trabajo sexual” expresa neutralidad, y al hacerlo, nos insensibiliza ante la violencia y explotación de mujeres en el Reino Unido y en todo el mundo. Mientras exista la prostitución, las mujeres y los hombres nunca se librarán del patriarcado. La Doctora Heather Brunskell-Evans es una teórica social, filósofa e Investigadora en el King´s College de Londres. Es la portavoz Nacional de Women’s Equality Party Policy on Ending Sexual Violence, administradora de FiLia, y cofundadora de Resist Porn Culture. Visita nuestro canal de Youtube con interesantes videos traducidos y subtitulados en español: https://www.youtube.com/channel/UCuDKy2DjYr3Egw6iX1h1tcQ/videos
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