Publicación original: Buying Sex Should Not Be Legal Rachel Moran 28 de agosto 2015 Traducción: Joan Marco Perales Colaboración: Olga Baselga A principios de mes, en Dublín, mi ciudad natal, el Secretariado Internacional de Amnistía Internacional respaldó una nueva política que busca la descriminalización del tráfico sexual global. Sus partidarios defienden que la descriminalización de la prostitución es el mejor método para proteger «los derechos humanos de las trabajadoras sexuales», aunque la norma también se aplicaría a proxenetas, dueños de burdeles y puteros. El objetivo final de Amnistía es acabar con el estigma que se cierne sobre las mujeres prostituidas para que sean menos vulnerables frente al abuso de los delincuentes que se mueven en las sombras. El grupo también quiere que los gobiernos «garanticen una cobertura legal completa e igualitaria que proteja de la explotación, la trata y la violencia a las trabajadoras sexuales». El voto de Amnistía se produce en un contexto de debate internacional prolongado sobre cómo solucionar el problema de la prostitución y proteger los intereses de las denominadas trabajadoras sexuales. Es un debate en el que yo tengo voz, y creo que Amnistía ha cometido un error histórico.
Entré en la trata sexual, como la mayoría, antes de ser una mujer. A los 14 años estaba bajo la tutela del Estado después de que mi padre se suicidara y porque mi madre sufría una enfermedad mental. En un año estaba en la calle sin casa, educación o habilidad laboral alguna. Todo lo que tenía era mi cuerpo. A los 15 años conocí a un joven que pensaba que sería buena idea que me prostituyera. Como era «carne fresca», era mercancía con una gran demanda. Durante siete años me compraron y vendieron. En la calle, eso podía llegar a ser diez veces en una noche. Es difícil describir el efecto de la coacción psicológica y cómo ésta erosionó la confianza que tenía en mí misma. Al final de mi adolescencia, consumía cocaína para atenuar el dolor. Me entran escalofríos cuando escucho las palabras «trabajo sexual». Vender mi cuerpo no era un sustento, no había ninguna semejanza con un trabajo corriente en el ritual de degradación que realizaban unos desconocidos cuando usaban mi cuerpo para saciar sus deseos. Fui doblemente explotada, por los proxenetas y por los que me prostituyeron. Sé que hay algunas activistas que piensan que las mujeres prostituidas venden sexo como adultas y dan su consentimiento para ello. Sin embargo, este grupo suele ser una minoría privilegiada (normalmente mujeres blancas y occidentales de clase media de agencias de escorts, cosa que no representa a la mayoría global). Su derecho a vender su cuerpo no está por encima de mi derecho, y el de otras, a no ser vendidas en una trata que se alimenta de mujeres que ya han sido marginalizadas por su clase social y raza. El intento de descriminalizar la trata sexual a nivel global no es una táctica progresista. Si se aplica esta propuesta, se fosilizaría en la ley el derecho de los hombres a comprar sexo, mientras que descriminalizar a los proxenetas sólo los protegerá a ellos. Rachel Moran es la fundadora de Space International, que defiende la abolición de la trata sexual, y autora de la autobiografía Paid For: My Journey Through Prostitution. Visita nuestro canal de Youtube con interesantes videos traducidos y subtitulados en español: https://www.youtube.com/channel/UCuDKy2DjYr3Egw6iX1h1tcQ/videos
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