Los mismos encargados de mejorar las condiciones de vida de las mujeres están haciendo de sus vidas algo infinitamente peor. Julie Bindel Original: https://unherd.com/2019/02/the-uns-sexual-abuse-shame/?fbclid=IwAR1rFZZysQybnI65o3hljAzPj7NgcKWKKdwT0hne0-wBEK3PIFw7Sa1Kopo Traducción: Lola Franco Revisión: Maite Sorolla Allí donde haya una economía hecha pedazos, las mujeres y las niñas se llevarán a menudo la peor parte. Conforme se hunden en la pobreza más extrema, aparecen los explotadores y los depredadores sexuales. Y allí donde se destine a las fuerzas de mantenimiento de la paz, florecerá el mercado de la prostitución local Quelle: AFP/Archiv/Menahem Kahana A finales de los años noventa, yo misma presencié cómo el personal norteamericano de la ONU acudía a uno de los prostíbulos locales de Pristina (Kosovo). A pesar de las advertencias de que cualquiera a quien se pillara frecuentando un local de ese tipo sería sancionado y expulsado, nunca se llamó a ningún hombre al orden, y el pagar por violar a mujeres y niñas pasó a formar parte de la llamada cultura de la paz.
En la República Democrática del Congo (RDC), en 2003, se llegaron a interponer 150 denuncias de agresiones sexuales perpetradas por integrantes de la MONUC (Misión de las Naciones Unidas en la RDC). Dichas denuncias incluían violación, abuso de menores y prostitución. En los informes también se denunciaban casos de tortura, grabaciones pornográficas de mujeres y niñas congoleñas a manos de los guardianes de la paz, así como la paternidad de algunos bebés. Uno de los casos implicaba a un empleado de la ONU que se grabó mientras torturaba y agredía sexualmente a un grupo de niñas desnudas. Cuando, en 2004, algunos de estos abusos salieron a la luz, el personal de Naciones Unidas destinado en la RDC tuvo que reconocer que entre sus empleados había varones que durante las misiones en el extranjero abusaban de las jóvenes autóctonas especialmente vulnerables. Todo ello supuso el comienzo de una serie de esfuerzos genuinos destinados a erradicar semejantes prácticas, pero el problema no ha desaparecido. En 2016, hubo 65 denuncias de explotación y abuso sexual perpetrados contra civiles, así como 80 denuncias interpuestas al personal masculino de la ONU por parte de sus colegas mujeres. Hubo un mínimo de 311 víctimas reconocidas de las cuales 309 eran mujeres. No se está haciendo lo suficiente para proteger a las personas en situación de vulnerabilidad de aquellos cuyo trabajo consiste, precisamente, en ayudarlas. Algunas de las prácticas despreciables en las que incurre el personal de la ONU no son ni tan siquiera ilegales, como es el caso de “pagar por sexo” en países donde el comercio sexual está tan aceptado, que los puteros pueden hacer lo que quieran con las mujeres prostituidas. He hablado con bastante gente del entorno de la ONU que incluso utiliza el término “sexo transaccional” como un modo de blanquear la explotación sexual en que consiste la prostitución. Una mujer de la ONU me dijo, en una ocasión: “He escuchado cómo algunos hombres justificaban la violación pagada de adolescentes desesperadas en [países africanos], alegando que las estaban ayudando a alimentar a sus hijos.” El problema, por supuesto, no se limita al personal de Naciones Unidas. Una cooperante de cierta edad, que pide permanecer en el anonimato, comenta que abusar o explotar sexualmente a la gente de los países en desarrollo es totalmente contrario a la obligación de la ONU de salvaguardar los derechos humanos de los ciudadanos. “Pero esto se aplica tanto a los trabajadores de las petroleras, como a los empleados de las empresas de contabilidad con sede en países en desarrollo, como a los cooperantes o guardianes de la paz”, afirma. A menudo nos encontramos con que a los empleados de empresas privadas no se les exige ni por asomo que rindan tantas cuentas como los funcionarios internacionales, o los trabajadores de las ONG. Una tarde cualquiera en un bar en Abuja, Accra o Bakú, muestra la ingente cantidad de hombres que pagan para que niñas, niños y mujeres locales consientan sus abusos sexuales, a pesar de lo cual los hombres en general, más allá de si pertenecen o no la ONU, no tienen que rendir apenas cuenta de nada.” En enero de 2017, el Secretario General de las Naciones Unidas António Guterres, instauró un grupo de trabajo de alto nivel en la ONU para la identificación y erradicación de la explotación y el abuso sexual. Se hizo en respuesta al escándalo en República Centroafricana en 2017, donde se dieron varios casos de abuso sexual infantil perpetrados por integrantes de un contingente de paz francés bajo control de las Naciones Unidas. Desde entonces han salido a la luz más casos. Un funcionario senior del equipo me comenta: “Es prácticamente imposible que las víctimas denuncien tales incidentes, puesto que ni se les cree, ni se les proporciona el apoyo necesario para afrontar un juicio, y además en muchos casos deben afrontar el castigo y la estigmatización de sus familias y comunidades por haberse atrevido a hablar”. El nombramiento en 2017 de Jane Connors como primera defensora de la ONU para las víctimas de abuso sexual es un paso en la buena dirección. Hace poco visité Naciones Unidas y vi a Connors en acción. Mucha gente me había dicho que Connors era una apasionada en la lucha en pro de dar voz a las víctimas y responsabilizar a los agresores. El esfuerzo de Connors ha causado un impacto tangible para alentar a las víctimas a denunciar. Hasta la fecha, ha visitado la República Centroafricana, Haití y Sudán del Sur, donde ha formado a defensores de los derechos de las víctimas, a quienes se refiere como “el reflejo operativo de mi trabajo”. Connors ha ayudado a crear conciencia sobre la necesidad de desarrollar una perspectiva centrada en las víctimas, sensible con la infancia y no discriminatoria a la hora de tratar con quienes han sufrido la violencia y la explotación sexual. Si bien es cierto que la ONU se está tomando en serio la cuestión de los abusos cometidos por sus miembros, nadie parece dar con la solución para acabar con el problema. Mi opinión personal del asunto, basada en casi cuatro décadas de hacer campaña contra el abuso sexual de mujeres y niñas, es que es preciso imponer sanciones contundentes e inequívocas que disuadan a posibles agresores. Se trata de aplicar procedimientos disciplinarios internos, públicos y estrictos en aquellos casos en que existan pruebas incriminatorias, así como la amenaza de sanciones penales y la pérdida del cargo. En su informe del 2018 acerca de las medidas especiales contra los abusos sexuales, Guterres apuntó: “He afirmado repetidamente que Naciones Unidas no tolerará ni la explotación ni los abusos sexuales.” Y añadió: “No debería asociarse a ningún individuo que trabaje bajo la bandera de la ONU con el abuso ni la explotación sexual.” Resulta alarmante que a estas alturas aún haya que explicitarlo. La presencia de abusos sexuales en misiones de la ONU es alarmante y perturbadora. Los mismos hombres encargados de mejorar las condiciones de vida de unas mujeres ya de por sí traumatizadas, están convirtiendo sus vidas en algo infinitamente peor. La ONU debe dar cuenta del comportamiento de sus empleados. Debe asumir la responsabilidad del hecho de que la gran mayoría de las agresiones y la explotación sexual sean perpetradas por trabajadores humanitarios de ONG no reguladas. Los discursos contundentes no bastan. Visita nuestro canal de Youtube con interesantes videos traducidos y subtitulados en español: https://www.youtube.com/channel/UCuDKy2DjYr3Egw6iX1h1tcQ/videos
1 Comentario
Luis
9/10/2019 07:21:33 pm
Quienes trabajamos para la ONU recibimos diferentes capacitaciones y espacios de sensibilización a este respecto. La consigna es cero tolerancia. Acá un documental que orienta y contextualiza. En lo personal estamos más que obligados a respetar los derechos de la población afectada y es algo que me tomo con toda seriedad.
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